Al celebrar la Fiesta de nuestra madre Santa Clara de Asís, no solo viene a mi mente un profundo agradecimiento por el don maravilloso del carisma vivido y compartido, sino que llega a mi interior el deseo de seguir haciendo partícipe al mundo de hoy la frescura y la necesidad de continuar viviendo el Evangelio con las intuiciones y modalidades que Clara y Francisco de Asís recibieron de Dios e imprimieron en la familia franciscano-clariana. ¿Cómo contemplar a través de Clara el rostro de Jesucristo y traducir en un lenguaje actualizado los valores fundamentales de este particular modo de vivir el Evangelio? Contemplar, alegrarnos y agradecer con la vida al Dios que nos ofrece tantas maravillas en la cotidianidad de nuestras vidas. Ese, a mi modo de ver, fue el motor que impulsó a Clara a dejar su vida acomodada para servir a Dios que se manifiesta en los más pobres y abandonados”
El hermano Heribert Roggen, OFM se refiere a la vivencia espiritual profunda de Clara de la siguiente manera: “Ser cristiano significa simplemente vivir como Cristo, o mejor aún, ser en Cristo. Clara se identifica con esta verdad llevándola hasta las últimas consecuencias; ella sigue la lógica de la encarnación: se olvida, se vacía totalmente para ser totalmente acogida por Cristo y convertirse, de ese modo, integralmente Cristo, una sola cosa con Él”. En consecuencia, con la vocación a la que han sido llamadas, las hermanas clarisas, deben siempre mirarse en el “espejo de Cristo”, para descubrir el modo particular de ser y de actuar aún en las pequeñas cosas de la vida diaria.
Celebrar la fiesta de Clara nos invita a poner en relieve los valores que ella, mirándose en Cristo, quiso vivir y transmitir a las hermanas. Clara renuncia a todo título para ubicarse en el último lugar, como la que sirve, la que lava los pies de las hermanas. Durante toda su vida rechazó toda forma de privilegios y animó a las hermanas a servirse unas a las otras. Clara amó a las hermanas y propició que se quisieran como una madre quiere a sus hijas. En el mundo de hoy, tan dividido por el egoísmo y el individualismo, hace falta hacer visible el espíritu de Clara a través de las hermanas, para que, viéndolas, las personas vean que es posible vivir juntos, superar las dificultades y amarse, si vivimos con autenticidad la vida cristiana.
Para conocer y reflejar a Cristo, es necesario estar con Él. Clara animó a las hermanas a llevar una vida de contemplación, para dedicar tiempo a descubrir las grandezas de Dios, alabarlo y poderlo llevar dondequiera que estemos. Adorar a Dios en la Eucaristía es para Clara la fuente principal de su vida espiritual. En la Eucaristía contemplamos a Cristo, que se hace pobre, que se pone al servicio de los más pobres, que lo entrega todo y que ama hasta dar la vida. Una entrega que ha dado tantos frutos hasta hoy.
En este día de fiesta, agradezcamos a Dios por habernos dado en nuestra madre Santa Clara, una imagen de Cristo en la tierra. Pidamos a Dios que seamos otras Claras, que, con nuestro testimonio de vida, pobre, alegre, orante y centrado en la Eucaristía, podemos ser pequeñas antorchas que brillen en nuestro pueblo y pueden indicar el camino hacia Aquel que es la felicidad y la vida, Jesucristo.
Que Dios les bendiga y les siga animando a vivir con fidelidad y alegría la vocación a la que han sido llamadas.
Fray José Ángel Torres, OFMCap
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